Evoco
de memoria: En El laberinto de las aceitunas, un empresario
catalán relata una divertida historia del encuentro que una veintena
de hombres de negocios catalanes mantuvieron con Franco, unos años
antes de la muerte del dictador. El empresario, ejemplo de la
burguesía crecida con el padrinazgo del régimen, relata cómo él y
los demás entraron al salón donde Franco los esperaba parapetados
tras caretas de Mickey Mouse. Franco les rió la gracia por el gesto
de las caretas del ratón de Disney: “Con
la manita blanda de que aún se servía hizo un gesto como diciendo
que bueno, que le parecía muy bien. Pero todos supimos que había
entendido”, cuenta el empresario catalán. De hecho, Franco se puso
a llorar, débil, anciano, y el personaje de Mendoza prosigue: “Le toqué con la
mano el antebrazo, otrora férreo, ya piel y hueso, y quise decirle:
«no llore usted, mi general, que no es traición; siempre estuvimos
a su lado y lo seguiremos estando mientras el mundo ruede; pero los
tiempos cambian, mi general, y hay cosas que no se pueden pedir...
Pídanos la vida, mi general, con gusto se la ofrendamos...Pero no
nos pida que cedamos el poder;
eso
no, mi general, usted nos lo enseñó... No es codicia, es el orden
de las cosas lo que está en juego; pase la antorcha, mi general...”.
La historia, tan ficticia que pudo haber ocurrido, continúa con una
imagen jocosa que no cuento. Lean el libro, vale cuatro perras, y
lecciones de historia tan sencillas de entender a ese precio no
abundan. Yo siempre me acuerdo de los 16 empresarios catalanes de
esta historia cuando veo desfilar por mi televisor a los próceres de
CiU. A los Artur Mas, a Jordi Pujol, a Duran i Lleída, a mcuhos más. La vergüenza
que me da oírles hablar en nombre del pueblo catalán es mucha, pero
más vergüenza debe dar ver a ERC aliarse con los reyes del mambo de
la privatización y el expolio. Los que respaldan a los Mossos cuando consiguen sacar sangre de las manifestaciones, los que cierran centros médicos
mientras agitan la estelada y se creen William Wallace cuando agarran
un micrófono. Olé. Los amigotes de la derecha de Madrid, los otros
herederos de la antorcha, encantados. Mientras sigue el ruido absurdo
de la independencia aún tendrán tiempo de regalar algún indulto
más a la crème de la crème de los pocos condenados por corrupción
que en el mundo han sido. Para favores entre bandoleros nunca ha
habido fronteras, que nada une más que el dinero, cuando se sabe
repartirlo y transformarlo en poder de decidir. Quizá los más
cansinos de CiU con la soberanía la quieran para eso, para poder
indultar ellos solos a los suyos, sin tener que pedir favores a los
amigotes de Madrid.
Ya
ven, en esta gente quedó la antorcha de los designios del país hace
casi 40 años, en los de Madrid, Barcelona, Valencia, y cualquier
otro sitio donde haya dinero por ganar, no importa a costa de qué.
Son los mismos. No tienen bandera común, pero saben reconocerse
cuando se ven.