Marcelo Ortega, periodista

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viernes, septiembre 16

(TRES) LIBROS SOBRE ITALIA


Estamos condenados a no saber nada, a no saber de verdad, aun atados como estamos a la idea ilustrada de que el conocimiento humano puede llegar hasta la última explicación. Para quienes quieran combatir esta idea de lo imperfecto de nuestra percepción, el reto siempre es el mismo: Italia. En el credo popular más o menos cercano está siempre este país como un gran interrogante, atractivo a la vez. Una tierra de enigma empeñada en explicarse precisamente por lo inexplicable. Y no es cuestión de ser ajenos, no pasa porque desde otro punto del planeta sea normal ignorancia: ocurre también a los autóctonos.
Por afición, por admiración, por curiosidad y por un inútil interés en comprender la Historia, hace ya unos años que decidí leer mucho sobre Italia. De entonces a ahora he leído mucho, aunque por supuesto haya podido sacar poco en claro: quizá sepa aun menos que cuando empecé. Eso sí, me dije que los buenos ratos que deja este misterio hecho país (un país sin verdad, que escribió Sciascia) bien merecía compartir las lecturas con el resto. Ahí van tres libros de Italia y sobre Italia, cada uno a su manera, sin pasar por 'El Gatopardo' (una lectura obligada) ni el mencionado Leonardo Sciascia (obligado también).



'Las mentiras de la noche' ('Le Menzogne della notte'), de Gesualdo Bufalino. Si alguien me pregunta por mi libro favorito éste siempre está entre los aspirantes. Con un tono de obra clásica pese al momento en que apareció, 1988, trata un momento histórico importante para Sicilia e Italia para dejar claro que hablamos de una tierra donde nunca nada es lo que parece, y donde cualquier palabra dicha o no dicha tiene un porqué a veces impredecible.




'La concesión del teléfono' ('La concessione del telefono'), de Andrea Camilleri. Con la maestría de un escritor sobre el que pesa la sombra de ser comercial (¡pecado!), y el handicap de estar ligado a la saga del detective Montalbano (tiene muchos buenos títulos y algunos últimos más prescindibles), 'La concesión...' es un libro que bien podría definirse como la vis cómica de El Gatopardo. Todo un ejercicio de estilo donde asoma de nuevo el perfecto manejo que Camilleri hace del lenguaje, las situaciones, y esa manera suya de pintar personajes sin caer en la parodia y sin desvirtuar la “sicilianidad” de todo el texto.




'Nápoles 1944', de Norman Lewis. Siempre es bueno aprender de la mirada de un extranjero sobre una tierra. Lo mejor de ser un país asombroso es que el asombro queda luego puesto por escrito. De Goethe a Stendhal, por citar algunos, Italia es y ha sido un material gourmet para la ficción y la no ficción. Nápoles 1944 es de estos últimos, la crónica que el británico Normal Lewis hizo de su estancia en Campania durante la liberación aliada de la región. Si Italia es el asombro hecho país, Nápoles es el epicentro del asombro, un secreto tras otro. Lewis dibuja un paisaje poblado de hambre y muerte, con una ciudad desolada por los bombardeos. Los personajes reales que aparecen circulan entre lo tierno, lo malvado y lo intrépido. Lewis también escribió una historia de la mafia siciliana. 'La Honorable Sociedad'.


viernes, abril 22

Cartas desde los campos nazis*



"Anita, hace algunos días os escribí, y os comunicaba el lugar donde me hallo. Si no la has recibido, por la presente verás que estoy en Alemania". Con estas líneas, escritas el siete de abril de 1941, José Montesinos contaba a sus parientes de Albacete cuál era su nuevo paradero después de pasar por Francia al término de la Guerra Civil. José Montesinos, nacido en 1917, es uno de los albaceteños que estuvieron internados en los campos de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial, en concreto uno de los 163 que pasaron por el campo nazi de Mauthausen. José Montesinos es además uno de los que desgraciadamente no pudo regresar. Como él, otros 95 albaceteños fallecieron o fueron asesinados en este campo antes de que pudieran ser liberados por las tropas aliadas. El testimonio de los últimos meses que vivió José sólo puede seguirse en las cartas que conserva su familia en Albacete. Su sobrina guarda algunas de las letras que José puso a sus parientes, primero desde Francia, donde también estuvo internado en un campo de prisioneros nada más huir de España, y luego desde Alemania.
La historia de este albaceteño que se adivina en las cartas puede reconstruirse también desde el episodio colectivo de los republicanos que cruzaron la frontera. José Montesinos fue enrolado en el ejército, donde lucho contra el levantamiento de Franco hasta 1939. Con apenas 20 años, José Montesinos huía a Francia, una vez que las tropas rebeldes tomaban el noreste del país.

YA EN FRANCIA. Como tantos y tantos españoles que cruzaron la frontera desde Cataluña, José Montesinos es internado en el campo de prisioneros de Barcares, en el mes de febrero. Desde ahí escribe en agosto de 1939, aunque no es la primera misiva que envía. La censura hace que no haya ningún comentario sobre cómo están en el campo francés: «Decís que tenéis ganas de verme, pues a mí me ocurre igual, son muchas las ganas que tengo, pero hay que tener resignación».
José Montesinos salió de Barcares el 29 de diciembre de 1939. Él mismo lo relata en la siguiente carta conservada, fechada en marzo, y enviada desde París a Albacete, al domicilio de la calle Marzo donde vivía su hermana. Esa es la carta donde José sí cuenta algún detalle de su paso por el campo de prisioneros de Barcares, donde había estado 10 meses. «En aquellos días negros el único rayo de luz, la única esperanza, eran vuestras cartas, y al leer aquellas líneas tan añoradas no alejábamos por unos momentos de aquél infierno». José cuenta a su hermana que al leer las noticias de su casa a través de las cartas «temía desviar la vista porque la realidad aparecía con toda su negrura».

PRESO DE NUEVO. En esta carta y en la siguiente, fechada en agosto, José está en París, en una compañía de trabajadores. Tiene 23 años, y cuenta a su familia que tiene trabajo, con «el pico y la pala» como herramienta. Trabaja en los pueblos, y se preocupa por la situación en que están sus parientes en Albacete. En este punto, las cartas no permiten saber si José pudo tener relación con actividades de la resistencia en París, o bien simplemente fue apresado por los alemanes mientras permanecía en el batallón de trabajadores. El ejército de Hitler entró en París el 14 de junio, poco más de un mes después de otra carta enviada por José desde París. El armisticio firmado con los nazis por Francia llegó a finales de ese mes de junio, y fue entonces cuando se iniciaron las deportaciones masivas a los campos.
No se sabe si José volvió a comunicarse con su hermana hasta enero de 1941. Esa es la fecha de la siguiente carta que se conserva, fechada 11 de enero, y ya enviada desde el Stalag XI-A, el campo de prisioneros nazi de la localidad de Altengrabow, donde José entró con el número de prisionero 4.883. Las cartas llegan a Albacete con los sellos del régimen nazi, con la impronta de la censura, y en el folio puede leerse, en alemán y francés, la leyenda Papel reservado a los prisioneros de guerra, no escribir sobre las líneas, a lápiz y legible.
En la carta siguiente, fechada el 9 de febrero de 1941, José declara que está en Alemania: «hace unos días os escribí y os comunicaba el lugar donde me hallo, si no la has recibido por la presente verás que estoy en Alemania, y estoy muy bien». Los prisioneros no podían relatar nada que revelara detalles de los campos, y ese silencio también se incluye en esta otra serie de cartas. Después de esta carta de febrero, lo que su familia supo de José llegó en otras dos cartas, las dos de abril, los días 7 y 20. José Montesinos estaba en el Stalag XI-A todavía, pero sí se adivina que el panorama dentro del campo de prisioneros no invitaba a la esperanza: «Paciencia, resignémonos, ya vendrán tiempos mejores. Con lo que respecta a lo que pueda tardar en escribir, si tardo no sufrir, puesto que en estas circunstancias no se puede escribir cuando uno quiere». La última carta de José conservada, escrita seis días antes de ingresar en Mauthausen, es todavía más escueta. Finaliza con su despedida clásica, «besos y abrazos de Pepe».


SIN NOTICIAS. A partir de aquí, nada se sabe de su destino. Los archivos dicen que José Montesinos entró en Mauthausen el día 26 de abril de 1941. Poco después, el 30 de junio, fue derivado al subcampo vecino de Gusen. Ese campo fue donde murió, el 23 de febrero del año siguiente, 1942, pero no se sabe en qué circunstancias. En 1957, desde Francia, se notificó a su hermana la existencia de indemnizaciones para los fallecidos «a consecuencia de los malos tratos recibidos» en los campos de concentración. Josefa, hija de Anita, la hermana de José, no puede responder a cuál fue el final de su tío ese día de febrero de 1942: «Mi madre sabía muy poco de lo que a él le pasó. Se fue en la guerra y no volvió. Estas cartas quedaron porque estaban en su casa. Fotografías y otras cosas de él se las echamos a mi madre en la caja cuando murió, en 2007». De José no queda nada más. Su historia, como la de muchos españoles que pasaron por el horror nazi, tiene un final precipitado, con apenas 30 años, y a miles de kilómetros de casa.



*(Publicado en La Tribuna de Albacete el 31 de mayo de 2010)



lunes, julio 13

UNA FLOR DE PLÁSTICO


De todas las últimas canciones de Javier Krahe me gustaban muchas, aunque a lo largo de los años haya ido dejando tantas y tan buenas. Todo el mundo se acuerda de ‘La Mandrágora’, pero quienes conocimos al tío Javier en los conciertos del Central siempre nos pareció su mejor disco el primero de los directos allí grabado, ese ‘Cábalas y cicatrices’ de principios de siglo (XXI), donde todo el repertorio era un ejemplo de hasta dónde se puede rimar, imaginar e inventar con música muy cuidada de fondo. En las navidades del año de ese disco, 2002, fue cuando nos acercamos por primera vez al pequeño café de la plaza del Ángel. Como llegamos con tiempo a Madrid y la garganta se nos secaba, cuando llegó la hora del recital estábamos más que contentos. Los músicos y el público lo pudieron comprobar bien: Cantábamos a coro y a voz en grito como si el concierto lo dieran en Las Ventas.
Con los conciertos de Krahe siempre tenías a mano al artista. Le saludabas antes y después, te hacías las fotos de rigor. Le dabas la tabarra, en mayor o menor grado, dependiendo de la alcoholemia previa que tuvieras encima. Aquella primera vez nos aguantó educadamente, pese a que le habíamos dado la noche (otros músicos así nos lo dijeron, con peores modos, pero con la misma razón). Lo más parecido a una queja de Krahe fue decir que no deberíamos haber llegado a los bares con tanta antelación. Vaya que no.
Desde aquella primera vez volvimos muchas veces, siempre en Navidad, a ver a Javier Krahe y toda su banda, como se anunciaba en el clásico letrero con rotulador rojo y azul. De aquella vez y de otras cuantas también falta ahora Jimmy Ríos, percusionista, fallecido el año pasado. Con gente diferente, pero con la misma ilusión, la cita en Navidad y en el Central no faltó desde entonces casi ningún año. Si había suerte, y si no tenía otros compromisos, el artista acababa charlando en la barra contigo. Nos pasó dos veces con un mayor minutaje, con conversaciones que hoy me gustaría recordar mejor, pero la bebida hace estragos. Una vez casi lo acompañamos hacia su casa, pero preferimos dejar a Krahe en compañía de un tipo pelma que no se separaba de él pese a que lo conocía solo de esa noche: «Es un psiquiatra, pero un psiquiatra que necesita ayuda», nos dijo Javier. Yo tenía envidia de otros seguidores que habían hecho amistad con el artista, y que parecían tener confianza para preguntarle por los asuntos cotidianos. Muchos eran más jóvenes que yo, y esa relación cordial la habían forjado a base de estar en los conciertos una y otra vez, de estar en la barra al terminar, y rezar, como hacíamos nosotros, para que el maestro se viniera a saludarte y compartir contigo su whisky con agua y el purito (cuando aún le dejaban fumar dentro). Muchos podrán escribir hoy su particular experiencia personal con este escritor, cantante. Lo que fuera.
Que se muera Javier Krahe, que se muriera hace solo unas horas, ha sido una sorpresa. Se murió junto a la playa, que tanto quería, pese a lo madrileño que era, y yo me enteré junto a la playa. Sólo unos días antes, yo me acordaba de su canción ‘Días de playa’, porque siempre se me viene a la cabeza contemplando el mar, «una redundancia». Después de todo, creo que no ha sido un mal final. Alguien ya lo ha escrito, es difícil imaginarse a Krahe retirado, envejeciendo hasta el punto de tener que decir «lo dejo», aunque disfrutara tanto del dolce far`niente y supiera disfrutar de la vida viviendo de su trabajo, lejos de modas, con su habitual camisa blanca, la barba amarilla, y ese tic del bigote que advertías viéndole de cerca. No habrá próxima vez, como la parca le decía a su personaje, el tío Marcial, cuando iba a buscarlo. Aquella canción de cuando yo nací decía que el hombre, intentando trascender, se empeñó en dejar «un libro, un hijo y un árbol» a su paso por el mundo, pero este mundo de obstáculos le hizo un desencantado, y el tío Marcial decidió que si vivía otra vida dejaría «un borrego, una fotonovela, y una flor de plástico». Visto hoy, no es tan mal legado. Salud. 


miércoles, mayo 27

CONVENCER POR SIGNOS




Se acabaron los tiempos en los que el político estaba solo ante el público de cada mitin. Es verdad, a veces los partidos colocan detrás a sus juventudes, o a sus nuevas generaciones, pero la sentencia viene a colación por las figuras que están al otro lado del escenario. De negro, moviéndose, traduciendo al lenguaje de signos cada palabra, cada modulación del discurso del candidato o candidata. Así trabajan los intérpretes que hacen que los mensajes de estos días de campaña electoral lleguen a todos, también a las personas sordas. Un trabajo aún poco conocido, pese a que la lengua de signos es por ley un lenguaje más.
Convertir a los gestos conceptos como democracia, ciudadanos, votos o recortes tiene detrás a personas muy preparadas cuya presencia en los mítines tiene que ver con el servicio de interpretación de la Federación de Personas Sordas de Castilla-La Mancha. Su coordinadora, Mari Carmen Castro, explica que muchos de estos intérpretes son los que dan el servicio de acompañar a usuarios que necesitan su ayuda para hacer cualquier trámite en su vida diaria: «Ir al banco, presentar un documento, la renta… En la federación tiene siete intérpretes, pero ahora también tenemos que contar con intérpretes de una bolsa, y por zonas, según donde sean los actos». La coordinadora indicaba que en campaña y también en otros momentos «el PSOE siempre ha contado con nosotros para los actos; otros partidos también llaman para actos puntuales». Los intérpretes son cada vez más presentes, aseguraba: «Se viene haciendo más desde que se aprobó la ley que reconoce la lengua de signos como una lengua más».
María Lobato es una de esas intérpretes, con ocho años de experiencia. Explica su trabajo después del mitin de Emiliano García-Page en Illescas, señalando que contar signando lo que dice un político es muy diferente de hacer la traducción de otros textos: «Me encanta hacer estos actos, los políticos hablan muchas veces con circunloquios, metáforas… Eso te hace tener que saber explicarlo. Además, no solo vas signando, tienes que traducir con todo el cuerpo. Si el que habla es tajante, tú también tienes que serlo». Esta intérprete comentaba que le lengua de signos también implica no dejar nada por omitido: «Tienes que saber cosas de la actualidad, porque a veces debes añadir información. Por ejemplo, si Page alude a 'lo que ha pasado a Susana Díaz', tengo que explicar eso; si no, para una persona sorda eso queda muy pobre».

Dividir la mente
Expresividad, conocimiento de los temas que se tratan, y también mucha concentración son ingredientes que se necesitan para que el discurso del candidato llegue en todo detalle a quien no puede escucharlo, comenta María: «Es muy enriquecedor, pero requiere mucha concentración, por eso también terminas agotado. Tienes que dividir la mente en dos, por un lado escuchas, y por el otro haces los signos, no sólo con las manos. A veces tienes que detenerte en explicar algo y mientras sigues escuchando para no dejarte nada». Esta forma de trabajar requiere técnica, aunque asegura que con la experiencia todo se automatiza: «Yo ya no me dejo ni una palabra sin hacer; a lo primero cuesta más. Necesitas mucha rapidez mental para ser fiel al discurso, y eso requiere también conocer la actualidad, saber de qué se está hablando».
El final del mitin es el momento de percibir el cansancio, comenta María: «Mientras signas no lo notas, como cuando haces un examen de tres horas, y es al terminar cuando llega la fatiga». La recompensa, en cualquier caso, también llega: «Las personas sordas quedan muy agradecidas por ir a un acto y poder entenderlo todo». Escuchar sin poder escuchar.

lunes, mayo 25

'TIRANDO, TIRANDO', crónica de una campaña electoral

15 días son muchos días, salvo cuando son de vacaciones. 15 días, pasando más de 15 horas viajando con un autobús siguiendo a un candidato a presidente, también puede ser mucho tiempo, aunque la intensa agenda te haga imitar el ritmo y adaptarte a pensar rápido, esquivar lo manido del discurso y elegir las claves, encomendarte a la patrona de la WIFI y los santos que hacen funcionar a ordenadores, móviles y grabadoras, para después escribir en la pequeña pantalla en el asiento del autobús, pensando en cómo resumir todo a la vez que sujetas el portátil para que no salga volando y lanzas maldiciones a quien inventó los badenes, las rotondas, los infames guardas tumbados.


Para nosotros la campaña ha sido toda una novedad. Bajamos Del autobús por primera vez en Guadalajara, y hemos tenido la despedida en Salobre, a muchos kilómetros de distancia. Valga la experiencia al menos para darte cuenta de que sí, Castilla-La Mancha es muy grande. Tan grande que de memoria es imposible recordar todas las paradas que la caravana socialista ha hecho. Tan grande como la humanidad que descubres en quien te acompaña, reporteros entregados, mucho más válidos que lo que pone en sus nóminas. Con ellos compartes muchos cafés, bocadillos liados en papel de aluminio pasada la medianoche por carreteras secundarias que no sabías que existían. Luego está hablar con mucha, mucha gente, conocer sus historias, sus quejas porque no hay sillas de ruedas en los hospitales, porque el autobús ya no va de Marchamalo a Guadalajara capital, o porque el sobrino está buscándose la vida en una ciudad de la que su tío no recuerda el nombre: «Es un sitio de Alemania, vaya». A todos hay que escucharles, como si fuéramos también candidatos, como si tuviéramos alguna solución en la libreta, rellena de apuntes. Hasta escuchamos cantar al otro protagonista de esta caravana, Ismael ‘el Bisbal de Malagón’, el mejor ejemplo de que esta campaña no se parece a ninguna, sobre todo porque ya funcionan, y mucho, las redes sociales: De estar con nosotros en su pueblo pasó a estar esa noche en los programas nacionales de televisión, y luego ser noticia hasta en Perú. Nunca un candidato a la Junta llevó su nombre más lejos.
De la caravana guardaremos el recuerdo de leer el horóscopo cada mañana en el micrófono del autobús, también el del conductor, que era Libra, y atentos a lo que los astros decían de Géminis y Sagitario, los signos de García-Page y Cospedal, por si ahí había alguna pista acerca del resultado de mañana. También se nos quedará dentro el soniquete del himno socialista, sonando una y otra vez. Al colectivo de reporteros nos ha gustado en particular la versión jazzística, con swing, crepuscular, esa que hace que parezca que el candidato va a llegar con una gabardina y un sombrero a lo Bogart, para luego pedir un whisky en la barra. Sí, correr de un sitio para otro para contar qué hace y dice un candidato también da para ocurrencias. Y para pasar malos ratos, o muy malos, como cuando la cámara de fotos dijo ‘hasta siempre’ (en Ciudad Real, descanse en paz), y sobre todo cuando hubo que mover carros y carretas para hacer la entrevista a Emiliano García-Page: Después de casi ponernos a llorar, hicimos la entrevista en un restaurante de Santa Olalla, debajo de varias cabezas de toro, mientras nos bebíamos un tinto de verano. Faltaban sólo cuatro horas para que tuviera que estar en la rotativa.
Después de la ‘entrevista como puedas’ ya no tuvimos más crisis. Cualquier cosa comparada a esa mala tarde tiene que ser mejor para un periodista y un fotógrafo. Trabajamos rápido, pero esa tarde fue trabajar en la cuerda floja. También de eso se aprende. Dice Page que él estaría 15 días más de campaña, otras dos semanas escuchando aquello de «tirando, tirando, y sin tirar nada» que le decía su abuela, y que quizá sea una frase que acabe impresa en una camiseta. 15 días son muchos días, pero si nos proponen seguir en ruta diríamos que sí. Lo único, que nos deje descansar hasta el lunes.

Publicado en las ediciones de 'La Tribuna' de Castilla-La Mancha el 23 de mayo de 2015

miércoles, enero 30

PARÁBOLA DE LA ANTORCHA


Evoco de memoria: En El laberinto de las aceitunas, un empresario catalán relata una divertida historia del encuentro que una veintena de hombres de negocios catalanes mantuvieron con Franco, unos años antes de la muerte del dictador. El empresario, ejemplo de la burguesía crecida con el padrinazgo del régimen, relata cómo él y los demás entraron al salón donde Franco los esperaba parapetados tras caretas de Mickey Mouse. Franco les rió la gracia por el gesto de las caretas del ratón de Disney: “Con la manita blanda de que aún se servía hizo un gesto como diciendo que bueno, que le parecía muy bien. Pero todos supimos que había entendido”, cuenta el empresario catalán. De hecho, Franco se puso a llorar, débil, anciano, y el personaje de Mendoza prosigue: “Le toqué con la mano el antebrazo, otrora férreo, ya piel y hueso, y quise decirle: «no llore usted, mi general, que no es traición; siempre estuvimos a su lado y lo seguiremos estando mientras el mundo ruede; pero los tiempos cambian, mi general, y hay cosas que no se pueden pedir... Pídanos la vida, mi general, con gusto se la ofrendamos...Pero no nos pida que cedamos el poder; eso no, mi general, usted nos lo enseñó... No es codicia, es el orden de las cosas lo que está en juego; pase la antorcha, mi general...”. La historia, tan ficticia que pudo haber ocurrido, continúa con una imagen jocosa que no cuento. Lean el libro, vale cuatro perras, y lecciones de historia tan sencillas de entender a ese precio no abundan. Yo siempre me acuerdo de los 16 empresarios catalanes de esta historia cuando veo desfilar por mi televisor a los próceres de CiU. A los Artur Mas, a Jordi Pujol, a Duran i Lleída, a mcuhos más. La vergüenza que me da oírles hablar en nombre del pueblo catalán es mucha, pero más vergüenza debe dar ver a ERC aliarse con los reyes del mambo de la privatización y el expolio. Los que respaldan a los Mossos cuando consiguen sacar sangre de las manifestaciones, los que cierran centros médicos mientras agitan la estelada y se creen William Wallace cuando agarran un micrófono. Olé. Los amigotes de la derecha de Madrid, los otros herederos de la antorcha, encantados. Mientras sigue el ruido absurdo de la independencia aún tendrán tiempo de regalar algún indulto más a la crème de la crème de los pocos condenados por corrupción que en el mundo han sido. Para favores entre bandoleros nunca ha habido fronteras, que nada une más que el dinero, cuando se sabe repartirlo y transformarlo en poder de decidir. Quizá los más cansinos de CiU con la soberanía la quieran para eso, para poder indultar ellos solos a los suyos, sin tener que pedir favores a los amigotes de Madrid.
Ya ven, en esta gente quedó la antorcha de los designios del país hace casi 40 años, en los de Madrid, Barcelona, Valencia, y cualquier otro sitio donde haya dinero por ganar, no importa a costa de qué. Son los mismos. No tienen bandera común, pero saben reconocerse cuando se ven.

viernes, abril 20

AQUELLOS TIPOS CON BARBA


«Me gustaba The Band porque tenían barba». Lo dice Elvis Costello. Casi de manera automática recordé la cita al saber esta mañana que Levon Helm se unía a Rick Danko y Richard Manuel en el otro barrio. Era una muerte anunciada, pero dolorosa y cercana, como si fuera un pariente. Un pariente que tocaba la batería y a veces cantaba.
Si echo la vista atrás me doy cuenta que lo primero que conocí de The Band fue la voz de Levon Helm en Up on Cripple Creek , una canción que aparecía en el directo que el grupo grabó junto a Dylan (Before the Flood). Servidor estaba entonces conociendo algunos discos del bardo de Duluth, y ni me había dado cuenta de que el disco llevaba canciones ajenas al cancionero dylaniano. La voz de Helm cantando al inicio aquello de «when I get off of this mountain» avisaba. Y la cosa iba en serio. Los seguidores de The Band siempre destacan, y con razón, la voz de Rick Danko y la de Richard Manuel. Yo siempre prefería escuchar a Helm, aunque la preferencia es mera educación sentimental. Hoy es difícil no emocionarse escuchándole en The Weight, en Rag Mama Rag, o The night they drove Old Dixie down. Ningún grupo en la historia del rock puede presumir de un repertorio tal. Enorme. Dos dicos, el famoso Big Pink y el llamado album marrón (al fin y al cabo, es homónimo, The Band), incluyen un manojo de canciones insuperables. Aunque quiza la fama haya sobado más el primero, por aquello de la casa rosa y de Dylan, yo siempre me quedo con el segundo. Es un disco sin rival. El sobresaliente de la música y las canciones no se volvería a repetir. Ni falta que hacía.
  La historia de The Band se condensa en The Last Waltz, el documental que Scorsese les hizo en un concierto que debió ser de despedida. The Band se acababa, pero Helm y los otros músicos (salvo Robbie Robertson) decidieron que había cosas por decir. Volvieron en los años 80, pero tristemente hay que dar la razón a Robertson: aparte de emocionados y nostálgicos directos, no había nada nuevo que decir. Los años de multitudes y excesos dieron paso a un cierto episodio de olvido (eran los 80, donde el rock y el folk eran cadáveres excelentes). Robbie Robertson explica en The Last Waltz que lo dejaban para no quedarse en la carretera. Se acuerda de Jimi Hendrix, de Janis Joplin, de muchos otros. No quiere ser el siguiente. Lo sería Richard Manuel, que optó por cortar de raíz colgándose del cable de la ducha tras una actuación, en 1986.  También Rick Danko, el bajista, fallecería con 57 años, mientras dormía, en 1999.
Levon Helm siguió desde entonces ofreciendo algunos discos destacados y muchos conciertos, recibiendo los honores como padrino de toda la escena moderna del folk, del rock, y de ese fantasma llamado Americana. Los otros The Band, Garth Hudson y Robbie Robertson, han ido dando algunos capítulos más a la música en forma de discos, aunque Helm fue el que mantuvo esa veta de homenaje a la música de su tierra, canción tras canción. En algunos vídeos de youtube podemos verlo con Balck Crowes, con Wilco, con Allman Brothers... Ya sin voz, pero con sus baquetas, mandando desde la batería, poniendo el ritmo a tantas y tan buenas melodías.
Levon ha bajado la montaña. Es hora de tomar una cerveza y brindar. Por aquellos tipos que llevaban barba y dejaron las mejores canciones de una época.


"Nunca nos pusimos vestidos (…) ni nos maquillamos la cara. Nunca hicimos estallar ninguna bomba en el escenario (…) Nunca nos pusimos pantalones ajustados ni grandes anillos de turquesa. Que yo recuerde, nunca meamos en el escenario ni tiramos ninguna televisión por la ventana. Pero hoy el negocio de la música se ha convertido en algo parecido a Vietnam: unos pocos ganan un montón de dinero, hay otros que prefieren no pensar y en cinco años apenas quedará nada que no sea una mierda". Levon Helm

 

viernes, marzo 2

LAS VIGAS

Alberto López Aroca es un amigo que entre muchos favores literarios tiene el haberme recordado que lo mejor de El Halcón Maltés no sale en la película de Bogart, y sí en la obra de Dashiell Hammett. Es una historia que cuenta Sam Spade sobre un caso que investigó: la desaparición de un hombre, alguien corriente, con buen trabajo, con esposa, buena casa... El hombre desaparece sin más. Spade le encuentra finalmente viviendo con otra identidad, en otra ciudad. El hombre había decidido cambiar de vida porque un día, caminando hacia el trabajo, pasó por un edificio en construcción y una gran viga cayó a su lado. Medio metro más y habría muerto. Sam Spade cuenta que el hombre comprendió entonces que la vida no es esa sucesión ordenada y racional en la que intentamos convertirla. En cualquier momento una viga te cae y se acabó. Así puede ocurrir, aunque uno se haga sus planes. 
Recuerdo esta escena porque hemos llegado a un momento social en el que muchos han descubierto la misma eventualidad de sus vidas. Las vigas caen de muchas maneras. Hay pocas formas de estar seguro se esté donde se esté, socialmente hablando.  Concretando más el símil, es el camino laboral y profesional el que más complicado se ha hecho de andar. Con la ley en la mano -la nueva ley- el trabajo indefinido vale poco. Tener uno pensando que se tiene seguridad es lo mismo que agarrarse a las orejas cuando uno se despeña por un barranco. Como los tiempos no serán mejores si las ideas que rigen nuestros gobiernos se mantienen, es normal que la contestación ciudadana vaya a más. Si hay algo sin lo que no podemos vivir es la seguridad, lo que da el dinero, por ejemplo. Ahora que las vigas caen sin cesar, y que este gobierno adelgaza a marchas forzadas los sistemas de rescate de los heridos (salud, educación, gasto social) se puede pensar en serio en otra gran emigración. Se acabó lo de «los españoles primero». Tocará pedir, rogar, dar gracias. El hombre al que encontró Sam Spade estaba en otra ciudad, con otra mujer, otro trabajo. En su huida de lo racional acabó aferrándose a la única misma cosa: Seguridad. No sé dónde habrá refugio para tanto paria como empieza a campar por la madre patria, pero empieza a ser hora de que lo de antisistema deje de ser un insulto. Digo yo.

miércoles, febrero 8

LA MEMORIA, LOS ZOMBIES Y LEONARDO SCIASCIA


Perdonad mi ignorancia, pero no sé si mucha gente vio algo de este caso en la televisión. Yo lo escuché de casualidad en algún canal, y tuve que frotarme los ojos para creerlo. Es algo espectacular, digno del mejor guionista. La historia se resume en que un músico de lo más popular en Sudáfrica (algo así como Bisbal para los españoles) se muere en 2009 «tras beber el brebaje de un curandero. Funerales de Estado, casi, conmoción popular, estilo Michael Jackson. Pero lo bueno llega ahora. Más de dos años después aparece el cantante, Khulekani Mseleku «más conocido como Mgqumeni», según el texto, en plan espectacular, con miles de personas recibiéndole cuando se conoce su resurrección. La policía investiga el ADN del tipo, por comprobar si es él o no. Peor lo mejor es la historia que cuenta, en un país muy dado a creer en los muertos vivientes (¿como el nuestro?). A Mgqumeni lo sacaron de la tumba unos zombies que lo secuestraron después en una cueva donde ¡le obligaban a cantar! y donde tenía que alimentarse, ¡de barro!. ¿Eran zombies fan? En su reaparición le pidieron que tocara y canatara algo, en medio de un baño de masas, pero Mgqumeni no cantó. Después de dos años interpretando sus éxitos para un colectivo de walkin deads, es de entender.  La cosa no acaba ahí: como dice el artículo de la BBCl, la bisabuela del cantante ya ha dicho que el tío no es su bisnieto. Aunque no he consultado las noticias, creo que escuché que había dos mujeres que habían reconocido al resucitado como su marido. Fin da la historia, a la espera de saber cómo acaba. Si no es él, los vivos harán como los zombies, pero al revés. Ellos resucitaron a un muerto, y los fans del fallecido en 2009 van a asesinar a un vivo. Con seguridad.
La historia es tan particular que merecería haber ocurrido en Italia, dirá alguno. Toda la razón, salvo que ya ocurrió, afortunadamente sin zombies de por medio. Leonardo Sciascia lo cuenta en un notable libro, El Teatro de la Memoria, algo que leí hace un tiempo y que recopila la indagación sobre el caso del «desmemoriado de Collegno», acaecido a mitad de la década de los 20 en Turín. En síntesis, un hombre que no sabe quien es es arrestado en un cementerio por robar. Lo ingresan en un manicomio, pues nadie lo reclama ni lo reconoce. Tras publicar su foto en un diario, una mujer lo reconoce como su marido, profesor de filosofía, desaparecido en la Gran Guerra. Lo trasladan a Verona, misterio resuelto. Peor llegan unas cartas anónimas que advierten de su falsa identidad. Conocidos del profesor (Giulio Canella, se llamaba) también dudan de que sea él. Su mujer se mantiene en que es él. El tiempo pasa, Canella vive cómodamente con su familia, pero las huellas dactilares acaban identificándolo como otra persona: Mario Bruneri, de profesión tipógrafo, acusado de robo y estafa. Como con el músico africano, la familia Canela y la familia Bruneri litigaron para determinar quién era. Seguramente Bruneri sabía quien era, pero la familia Canella era acomodada. La suya no. En 1931, después de un largo proceso judicial, el Estado italiano determinó que el ladrón del cementerio era Mario Bruneri. La familia Canella continuó pidiendo la potestad del desmemoriado. Que por cierto durante ese tiempo intentaba fingir.
Recomiendo que lean el libro de Sciascia. La memoria también es una impostura. Hasta los zombies son capaces de alterarla.

A la izquierda, Canella; a la derecha, Bruneri. Como gotas de agua para la mujer del primero