Marcelo Ortega, periodista

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miércoles, febrero 8

LA MEMORIA, LOS ZOMBIES Y LEONARDO SCIASCIA


Perdonad mi ignorancia, pero no sé si mucha gente vio algo de este caso en la televisión. Yo lo escuché de casualidad en algún canal, y tuve que frotarme los ojos para creerlo. Es algo espectacular, digno del mejor guionista. La historia se resume en que un músico de lo más popular en Sudáfrica (algo así como Bisbal para los españoles) se muere en 2009 «tras beber el brebaje de un curandero. Funerales de Estado, casi, conmoción popular, estilo Michael Jackson. Pero lo bueno llega ahora. Más de dos años después aparece el cantante, Khulekani Mseleku «más conocido como Mgqumeni», según el texto, en plan espectacular, con miles de personas recibiéndole cuando se conoce su resurrección. La policía investiga el ADN del tipo, por comprobar si es él o no. Peor lo mejor es la historia que cuenta, en un país muy dado a creer en los muertos vivientes (¿como el nuestro?). A Mgqumeni lo sacaron de la tumba unos zombies que lo secuestraron después en una cueva donde ¡le obligaban a cantar! y donde tenía que alimentarse, ¡de barro!. ¿Eran zombies fan? En su reaparición le pidieron que tocara y canatara algo, en medio de un baño de masas, pero Mgqumeni no cantó. Después de dos años interpretando sus éxitos para un colectivo de walkin deads, es de entender.  La cosa no acaba ahí: como dice el artículo de la BBCl, la bisabuela del cantante ya ha dicho que el tío no es su bisnieto. Aunque no he consultado las noticias, creo que escuché que había dos mujeres que habían reconocido al resucitado como su marido. Fin da la historia, a la espera de saber cómo acaba. Si no es él, los vivos harán como los zombies, pero al revés. Ellos resucitaron a un muerto, y los fans del fallecido en 2009 van a asesinar a un vivo. Con seguridad.
La historia es tan particular que merecería haber ocurrido en Italia, dirá alguno. Toda la razón, salvo que ya ocurrió, afortunadamente sin zombies de por medio. Leonardo Sciascia lo cuenta en un notable libro, El Teatro de la Memoria, algo que leí hace un tiempo y que recopila la indagación sobre el caso del «desmemoriado de Collegno», acaecido a mitad de la década de los 20 en Turín. En síntesis, un hombre que no sabe quien es es arrestado en un cementerio por robar. Lo ingresan en un manicomio, pues nadie lo reclama ni lo reconoce. Tras publicar su foto en un diario, una mujer lo reconoce como su marido, profesor de filosofía, desaparecido en la Gran Guerra. Lo trasladan a Verona, misterio resuelto. Peor llegan unas cartas anónimas que advierten de su falsa identidad. Conocidos del profesor (Giulio Canella, se llamaba) también dudan de que sea él. Su mujer se mantiene en que es él. El tiempo pasa, Canella vive cómodamente con su familia, pero las huellas dactilares acaban identificándolo como otra persona: Mario Bruneri, de profesión tipógrafo, acusado de robo y estafa. Como con el músico africano, la familia Canela y la familia Bruneri litigaron para determinar quién era. Seguramente Bruneri sabía quien era, pero la familia Canella era acomodada. La suya no. En 1931, después de un largo proceso judicial, el Estado italiano determinó que el ladrón del cementerio era Mario Bruneri. La familia Canella continuó pidiendo la potestad del desmemoriado. Que por cierto durante ese tiempo intentaba fingir.
Recomiendo que lean el libro de Sciascia. La memoria también es una impostura. Hasta los zombies son capaces de alterarla.

A la izquierda, Canella; a la derecha, Bruneri. Como gotas de agua para la mujer del primero